Buen día alumnos y padres de familia, espero estén pasando un bonito día. Les comento que para la primera clase de la próxima semana, deberán traer impresas las siguientes imágenes, cada una en una hoja tamaño carta y grande para que sea legible:
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh5kts_cRC18RNGcF2FVhAgX4EpO8jl06hL1rCm85k8tMORgXeeAO3CFDPMJNmm2hLKEZpV4tia0p5XjlCeFbG03IX4U2p7wuwgVk8v-_2IjljDGmglxQ_xUpDZxAXY-Jx_abQkgfksHP_9/s1600/l%25C3%25ADnea+iglesia.gif
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Para la segunda sesión de la semana, usaremos como base de trabajo la siguiente lectura, favor de imprimirla:
Una de las consecuencias de nuestros
días es la dificultad creciente de la transmisión de la fe a través de la
catequesis, la escuela, la familia y la predicación. Estos canales
tradicionales de la transmisión de la fe a duras penas logran desempeñar su
papel fundamental.
La familia.
Hay un verdadero déficit de transmisión
de la fe en el interior de las familias tradicionalmente cristianas, sobre todo
en las grandes aglomeraciones urbanas. Las razones son múltiples: los ritmos de
trabajo, el hecho de que los dos cónyuges, incluida la madre de familia, tengan
a menudo cada uno una actividad profesional que les aleja del hogar, la
secularización del tejido social, la influencia de la televisión. La
transformación de las condiciones de vida, en apartamentos de pequeñas
dimensiones, ha reducido el núcleo familiar, y los abuelos, cuyo papel ha sido
siempre fundamental en la transmisión de la cultura y de la fe, se ven
alejados. A ello se añade el hecho de que en muchos países, los niños pasan
poco tiempo en familia, a causa de las obligaciones escolares y de las
múltiples actividades extra-escolares, como el deporte, la música y otras
asociaciones. Cuando están en casa, el tiempo exagerado transcurrido ante el
computador, los videojuegos o la televisión, dejan poco espacio para la
comunicación con los padres. En los países de tradición católica, la inestabilidad
creciente de la vida familiar, el aumento de las uniones civiles y las parejas
de hecho, contribuyen a ampliar este proceso. Los padres, sin embargo, no por
ello se convierten en no creyentes. A menudo piden el bautismo para sus hijos y
quieren que éstos hagan la primera comunión, pero fuera de estos momentos de
«paso religioso», la fe no parece ejercitar influencia alguna en la vida
familiar. De ahí la pregunta apremiante: si los padres dejan de tener una fe
viva, ¿qué transmitirán a sus hijos en un ambiente indiferente a los valores
del Evangelio y casi sordo al anuncio de su mensaje de salvación?
En otras culturas, como en las sociedades africanas
y, en parte, latinoamericanas, a través de la influencia del grupo social,
junto con el sentimiento religioso se transmiten algunos contenidos de fe, pero
a menudo falta la experiencia de la fe vivida, que exige una relación personal
y viva con Jesucristo. Los ritos cristianos se realizan, pero con frecuencia se
perciben únicamente en su dimensión cultural.
La escuela católica.
En diversos países, numerosas escuelas
católicas se ven obligadas a cerrar por falta de medios y personal, mientras
que la presencia creciente de profesores sin una auténtica formación y
motivación cristiana, repercute en un debilitamiento, incluso una desaparición
de la transmisión de la fe. Con frecuencia, la enseñanza en estas escuelas no
tiene nada de específico en relación con la fe y la moral cristiana. Por otra
parte, los fenómenos de inmigración desestabilizan a veces las escuelas
católicas, que toman la presencia masiva de no cristianos como pretexto para
una enseñanza laica, en lugar de aprovechar esta oportunidad para proponer la
fe, como ha sido práctica habitual en la pastoral misionera de la Iglesia.
«La misma civilización moderna, no en sí misma, sino
porque está demasiado enredada en las realidades humanas, puede dificultar a
veces el acceso a Dios». El materialismo occidental orienta los comportamientos
hacia la búsqueda del éxito a toda costa, la máxima ganancia, la competencia
despiadada y el placer individual. A cambio, deja poco tiempo y energías para
la búsqueda de algo más profundo que la satisfacción inmediata de todos los
deseos y favorece así el ateísmo práctico. De este modo, en numerosos países,
no son ya los prejuicios teóricos los que llevan a la increencia, sino los
comportamientos concretos marcados, en la cultura dominante, por un tipo de
relaciones sociales donde el interés por la búsqueda del sentido de la
existencia y la experiencia de lo trascendente están como enterrados en una
sociedad satisfecha de sí misma. Esta situación de atonía religiosa se revela
más peligrosa para la fe que el materialismo ideológico de los países
marxistas-leninistas ateos. Provoca una profunda transformación cultural que
conduce a menudo a la pérdida de la fe, si no va acompañada de una pastoral
adecuada.
La indiferencia, el materialismo práctico, el
relativismo religioso y moral se ven favorecidos por la globalización de la
llamada sociedad opulenta. Los ideales y los modelos de vida propuestos por los
medios de comunicación social, la publicidad, los protagonistas de la vida
pública, social, política y cultural, son a menudo vectores de un consumismo
radicalmente antievangélico. La cultura de la globalización considera al hombre
y a la mujer como objetos que se miden únicamente a partir de criterios
exclusivamente materiales, económicos y hedonistas.
Este dominio provoca en muchos, como reacción, una
fascinación por lo absurdo. La necesidad de espiritualidad y de una experiencia
espiritual más auténtica, añadida a las dificultades de carácter relacional y
psicológico causadas, en la mayoría de los casos, por el ritmo de vida
frenético y obsesivo de nuestras sociedades, empujan a muchos que se dicen
creyentes a buscar otras experiencias y a orientarse hacia las «religiones
alternativas» que proponen una fuerte dosis «afectiva» y «emotiva», y que no
implican un compromiso moral y social. De ahí el éxito de las propuestas de
religión «a la carta», supermercado de espiritualidades, donde cada uno, de día
en día, toma lo que le place.
Los mass
media, ambivalentes por naturaleza, pueden servir tanto al bien como al
mal. Desafortunadamente, con frecuencia amplifican la increencia y favorecen la
indiferencia, relativizando el hecho religioso, al presentarlo con comentarios
que ignoran o deforman su verdadera naturaleza. Incluso donde los cristianos
constituyen la mayoría de la población, numerosos medios de comunicación
—periódicos, revistas, televisión, documentales y películas— difunden visiones
erróneas, parciales o deformadas de la Iglesia. Los cristianos raramente oponen
respuestas oportunas y convincentes. Deriva de ahí una percepción negativa de
la Iglesia que le quita la credibilidad necesaria para transmitir su mensaje de
fe. Añádase a ello el desarrollo, a escala planetaria, de Internet, donde
circulan falsas informaciones y contenidos pretendidamente religiosos. Por otra
parte, se señala también la actividad, en Internet, de grupos del tipo
«Internet infidels», o de sectas satánicas, específicamente anticristianas, que
llevan a cabo violentas campañas contra la religión. No se puede silenciar el
daño que provoca la abundancia del delito de la oferta pornográfica en la Red:
la dignidad del hombre y de la mujer se ven con ello degradadas, lo cual no
deja de influir en un alejamiento de la fe vivida. De ahí toda la importancia
de una pastoral de los medios de comunicación.
«La proliferación de las sectas es también una consecuencia
de los trastornos sociales y culturales que han hecho perder las raíces
religiosas tradicionales». Aun cuando el movimiento «Nueva Era» no constituye
en sí mismo una causa de increencia, sin embargo, no es menos cierto que esta
nueva forma de religiosidad contribuye a aumentar la confusión religiosa.
Por otra parte, la oposición y la crítica tenaz a la
Iglesia Católica, por parte de ciertas elites, sectas y nuevos movimientos
religiosos, especialmente de tipo pentecostal, contribuyen a debilitar la vida
de fe. Este es uno de los desafíos más importantes para la Iglesia católica,
especialmente en América Latina. Las críticas y las objeciones más graves de
estos grupos contra la Iglesia son: su incapacidad para mirar la realidad, la
incoherencia entre lo que la Iglesia pretende ser y lo que realmente es, la
escasa incidencia de su propuesta de fe en la vida real, incapaz de transformar
la vida cotidiana. Estas comunidades sectarias, que se desarrollan en América y
África, ejercen una fascinación considerable sobre los jóvenes, arrancándolos
de las Iglesias tradicionales, sin lograr satisfacer sus necesidades religiosas
de forma estable. Para muchos, estos grupos constituyen de hecho una puerta de
salida de la religión tradicional, a la que ya no regresan, salvo en casos
excepcionales.
Muchos de los que se dicen católicos o miembros de
otra religión, se abandonan a una forma de vida donde Dios y la religión no
parecen ejercer influencia alguna. La fe se vacía de su sustancia y ya no se expresa
a través de un compromiso personal, mientras se abre paso una incoherencia
entre la fe profesada y el testimonio de vida. Las personas no se atreven a
afirmar claramente su pertenencia religiosa y la jerarquía es objeto de crítica
sistemática. Sin testimonio de vida cristiana, la práctica religiosa se va
abandonando lentamente. Ya no se trata, como en otros tiempos, de un simple
abandono de la práctica sacramental o de la falta de vitalidad de la fe, sino
de algo que toca profundamente las raíces de la fe.
Los discípulos de Cristo viven en el mundo y están
marcados — a menudo sin ser conscientes de ello— por la cultura mediática que
se desarrolla fuera de toda referencia a Dios. En este contexto, tan
refractario a la idea misma de Dios, muchos creyentes, se dejan dominar por la
mentalidad hedonista, consumista y relativista.
Un observador atento se sorprende de la ausencia de
referentes claros y seguros en los discursos de los creadores de opinión
pública, que rechazan pronunciar cualquier juicio moral cuando se trata de
analizar un acontecimiento social, dado en pasto a los medios de comunicación,
abandonado a la apreciación de cada uno y envuelto en un discurso de
tolerancia, que corroe las convicciones y adormece las conciencias.
Por lo demás, el laxismo en las costumbres y la
ostentación del pansexualismo (romper con las barreras de
la identidad de género. Hombre, mujer, transexual, no hay impedimentos para
enamorarse de un otro en el mundo de la pan sexualidad) producen un efecto adormecedor sobre la
vida de fe. El fenómeno de la cohabitación y de la convivencia de las parejas
antes del matrimonio se ha convertido casi en la norma en no pocos países
tradicionalmente católicos, especialmente en Europa, incluso entre aquellos
que, a continuación, se casan por la Iglesia. La manera de vivir la sexualidad
se torna una cuestión puramente personal y el divorcio, para muchos creyentes,
no plantea algún problema de conciencia. El aborto y la eutanasia,
estigmatizados por el Concilio como «crímenes abominables» (Gaudium et spes,
n. 27), son aceptados por la mentalidad mundana. La debilitación de la creencia
llega a los dogmas fundamentales de la fe cristiana: la encarnación de Cristo,
su unicidad como Salvador, la subsistencia del alma tras la muerte, la
resurrección de los cuerpos y la vida eterna. La doctrina de la reencarnación
está bastante difundida entre muchos que se dicen cristianos y frecuentan la
Iglesia. La reencarnación se acepta más fácilmente que la inmortalidad del alma
tras la muerte o que la resurrección de la carne, pues en el fondo propone una
nueva vida en el mismo mundo material.
La vida cristiana parece alcanzar así, en algunos
países, niveles mediocres, con evidente dificultad para dar razón de la fe.
Esta dificultad no viene sólo de la influencia de otras culturas, sino también
de un cierto temor a comportarse según la fe, consecuencia de una carencia en
la formación cristiana que no ha preparado a los cristianos para actuar
confiados en la fuerza del Evangelio y no ha sabido valorar adecuadamente el
encuentro personal con Cristo a través de la oración y los sacramentos.
Así, se extiende un cierto ateísmo práctico, incluso
entre aquellos que siguen llamándose cristianos.
Los fenómenos simultáneos de vacío
interior y de vagabundeo espiritual, de desafío institucional y de sensibilidad
emocional de las culturas secularizadas de Occidente, exigen una renovación del
fervor y autenticidad de vida cristiana, valor e iniciativa apostólica,
rectitud de vida y de doctrina, para dar testimonio, en comunidades creyentes
renovadas, de la belleza y la verdad, la grandeza y la fuerza incomparables del
Evangelio de Cristo. Los gigantescos desafíos de la increencia, de la
indiferencia religiosa y de la nueva religiosidad son otras tantas llamadas a
evangelizar las nuevas culturas y el nuevo deseo religioso que renace en sus
formas paganas y gnósticas al alba del tercer milenio. Es la tarea pastoral más
urgente para toda la Iglesia en nuestro tiempo, en el corazón de todas las
culturas.
Tras una noche de dura fatiga sin ningún
resultado, Jesús invita a Pedro a remar mar adentro y a echar de nuevo la red.
Aun cuando esta nueva fatiga parece inútil, Pedro se fía del Señor y responde
sin dudar: «Señor, en tu palabra, echaré la red». La red se llena de peces,
hasta el punto de romperse. Hoy, después de dos mil años de trabajo en la barca
agitada de la Historia, la Iglesia es invitada por Jesús a «remar mar adentro»,
lejos de la orilla y las seguridades humanas, y a tirar de nuevo la red. Es
hora de responder de nuevo con Pedro: «Señor, en tu palabra, echaré la red».