Un resumen de la Encíclica “HUMANAE VITAE”
El 25 de julio de 1968
el Papa Pablo VI publicaba la encíclica “Humanae Vitae”, que aborda la
cuestión de la transmisión de la vida y el problema de la natalidad. Respecto a
esta encíclica, el Papa Francisco ha resaltado su “genialidad profética”, “pues
tuvo el coraje de ir contra la mayoría, de defender la disciplina moral, de
aplicar un freno cultural.” (entrevista publicada en diario La Nación del 5 de
marzo de 2014).
Ofrecemos a continuación
un breve resumen de la misma.
La encíclica tiene tres
capítulos: el primero, dedicado a describir lo que el Papa denomina “un nuevo
estado de cosas”; el segundo, desarrolla los principios doctrinales; y el
tercero, presenta directivas pastorales.
Nuevo estado de cosas: En el primer capítulo,
entre los temas que configuran la nueva situación se encuentran el problema
demográfico, las condiciones de trabajo, vivienda y la vida económica y su influencia en
la educación y crianza de los hijos, la valoración de la
mujer y las adquisiciones científicas que controlan las leyes mismas de
transmisión de la.
Aspectos unitivo y procreativo del acto
conyugal: El segundo capítulo, sobre los principios
doctrinales, analiza la esencia y características del amor conyugal (humano,
total, fiel y exclusivo y fecundo) y se detiene en la cuestión de la paternidad
responsable. Luego, ante la problemática ética que plantean los nuevos métodos
de regulación de la fertilidad, el Papa señala la importancia de respetar la
naturaleza y la finalidad del acto matrimonial y reafirma “la inseparable
conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia
iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo
y el significado procreador”.
Vías ilícitas para la
regulación de nacimientos: Desarrolla luego las consecuencias que se
derivan de los principios antes desarrollados y presenta las vías ilícitas para
la regulación de los nacimientos, entre las que menciona “el aborto directamente querido y procurado, aunque sea
por razones terapéuticas” y “la esterilización directa, perpetua o temporal,
tanto del hombre como de la mujer”. Aclara que no se pueden justificar los
actos conyugales intencionalmente infecundos con el argumento del “mal menor”
y, además, que es “un error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente
infecundo, y por esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el
conjunto de una vida conyugal fecunda”.
Licitud del recurso a
los periodos infecundos: Entra luego a considerar la diferencia entre el
recurso a los períodos infecundos y los métodos de regulación artificial de la
natalidad. Al respecto, sienta la doctrina que acepta la licitud del recurso a
los períodos infecundos: “si para espaciar los nacimientos existen serios
motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o
de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en
cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar
del matrimonio sólo en los periodos infecundos y así regular la natalidad sin
ofender los principios morales que acabamos de recordar”. Aclara que “la
Iglesia es coherente consigo misma” pues “entre este recurso [a los períodos
infecundos] y los medios directamente contrarios a la fecundación, que siempre
son ilícitos”, “existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se
sirven legítimamente de una disposición natural; en el segundo impiden el
desarrollo de los procesos naturales”.
Graves consecuencias de
los métodos de regulación artificial de la natalidad: Para ayudar a
comprender la “consistencia de la doctrina de la Iglesia”, Pablo VI invita a
los “hombres rectos” a considerar las consecuencias de los métodos de
regulación artificial de la natalidad. Aquí es donde la encíclica revela su
carácter profético y donde la experiencia de estos años ha demostrado que las
graves denuncias que señalaba el Papa se han cumplido. En efecto, entre tales
consecuencias señalaba “el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad
conyugal y a la degradación general de la moralidad”. También señalaba el
riesgo de que se pierda “el respeto a la mujer” y que ella pase a ser
considerada “como simple instrumento de goce egoístico y no como a
compañera, respetada y amada”. Advertía también que estos métodos se podrían
convertir en un “arma peligrosa” “en las manos de autoridades públicas
despreocupadas de las exigencias morales”. “¿Quién podría reprochar a un
gobierno el aplicar a la solución de los problemas de la colectividad lo que
hubiera sido reconocido lícito a los cónyuges para la solución de un problema
familiar? ¿Quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus
pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos
juzgaren más eficaz?”
La experiencia de estos
años nos permite constatar el carácter profético de la denuncia de Pablo VI. En
efecto, hemos asistido al lanzamiento en todo el mundo y especialmente en los
países más pobres a programas de salud reproductiva que han significado nuevas
y sutiles formas de control de la población y de violación de los derechos de
la persona y la familia.
Vale pues recordar que
Pablo VI advertía que “en tal modo los hombres, queriendo evitar las
dificultades individuales, familiares o sociales que se encuentran en el
cumplimiento de la ley divina, llegarían a dejar a merced de la intervención de
las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad
conyugal”.
Por ello, exhortaba el
Papa: “sino se quiere exponer al arbitrio de los hombres la misión de engendrar
la vida, se deben reconocer necesariamente unos límites infranqueables a la
posibilidad de dominio del hombre sobre su propio cuerpo y sus funciones;
límites que a ningún hombre, privado o revestido de autoridad, es lícito
quebrantar. Y tales límites no pueden ser determinados sino por el respeto
debido a la integridad del organismo humano y de sus funciones, según los principios
antes recordados y según la recta inteligencia del “principio de totalidad”
ilustrado por nuestro predecesor Pío XII” .
La Iglesia, garante de
los valores humanos: Finalmente, esta segunda parte de la Encíclica
termina con una reafirmación de la importancia de la misión de la Iglesia,
garantía de los auténticos valores humanos. Decía el Papa: “Al defender la
moral conyugal en su integridad, la Iglesia sabe que contribuye a la
instauración de una civilización verdaderamente humana; ella compromete al
hombre a no abdicar la propia responsabilidad para someterse a los medios
técnicos; defiende con esto mismo la dignidad de los cónyuges. Fiel a las enseñanzas y al
ejemplo del Salvador, ella se demuestra amiga sincera y desinteresada de los
hombres a quienes quiere ayudar, ya desde su camino terreno, “a participar como
hijos a la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres”.
Directivas
pastorales: El tercer capítulo de la encíclica está dedicado a
dar precisas directivas pastorales con la finalidad de que la Iglesia, “Madre y
Maestra”, pueda confortar a los hombres en el camino de una “honesta regulación
de la natalidad, aun en medio de las difíciles condiciones que hoy afligen a
las familias y a los pueblos”. Estas directivas incluyen un llamamiento a
las autoridades públicas, a los hombres de ciencia, a los
esposos cristianos, a los médicos y al personal sanitario, a los sacerdotes y los Obispos.
El Llamamiento
final: la encíclica finaliza con un llamamiento a una gran
obra de educación, de progreso y de amor sabiendo “que el hombre no puede
hallar la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser, más que en el
respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza y que debe observar con
inteligencia y amor”.
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Les envío saludos y bendiciones.